martes, 8 de junio de 2010

La Plusvalía emocional


Tomado de http://trastocado.blogspot.com/



El pacto interclasista que reproduce al capital: trabajo doméstico


Cría cuervos que te sacaran los ojos


La sociedad patriarcal enseña a las mujeres, a las de ayer y hoy, que su trabajo por obra de la naturaleza o mandinga está en el hogar. En ese espacio es donde reciben, atienden y sostienen a la fuerza de trabajo explotada (sus maridos), siendo ellas también parte indispensable de esa explotación. Los empleos por fuera del ámbito familiar han servido para que la mujer logre una tibia independencia, pero aún permanece cautiva de las ollas y el plumero.


“La división sexual del trabajo no sólo diferencia las tareas que hacen hombres o mujeres, además confiere o quita prestigio a esas tareas y también crea desigualdades en las recompensas económicas que se obtienen”. Estas palabras son las que utiliza Nuria Varela en el capítulo número ocho de
Feminismos para principiantes, con el fin de describir el lugar social de la mujer en la economía. Allí la autora reflexiona acerca de cuanto cuesta el bienestar de algunxs. Estxs algunxs es el sistema patriarcal en su conjunto.

¿Qué es lo que verdaderamente representa para el capitalismo el trabajo doméstico?
En primer término se debe diferenciar trabajo de fuerza de trabajo. La fuerza es la capacidad que tiene el ser humano para trabajar. La mercancía que ofrece a cambio de un salario. El trabajo es un concepto superador. Karl Marx (1818-1883) lo definía como el proceso de intercambio entre la sociedad y la naturaleza. La reducción del trabajo al empleo destaca el valor de cambio de las mercancías, de este concepto proviene la invisibilidad del trabajo doméstico. No hay paga, no es trabajo.


El valor de la fuerza de trabajo de unx trabajadorx se calcula como
tiempo de trabajo socialmente necesario para su reproducción y la de su familia. Es decir, la teoría del valor del marxismo destaca que xl empleadx recibe una paga para poder satisfacer sus necesidades y continuar vendiendo su capacidad de trabajo. Este fenómeno se conoce como plusvalía, el patrón se apropia del valor del trabajo realizado que contiene un producto y solo paga el valor de la fuerza de trabajo (tiempo de trabajo socialmente necesario).

El marido ejerce la plusvalía emocional con su esposa, se apropia de sus cuidados y de las tareas que ella desarrolla en el hogar.


La invisibilidad del trabajo doméstico no sólo se extiende al campo laboral o de la producción. También se revela en el mercado. El intercambio se produce entre oferentes y demandantes que llegaran a un acuerdo, luego de una decisión individual y razonada. Allí también se oculta el trabajo doméstico. Se entiende que su rol puede ser como demandante, entonces se analiza cuanto puede desear consumir. En el caso de ser oferente su labor siempre se mantiene detrás del trabajo de algún gran hombre.

La invisibilidad está acompañada de una construcción social acerca del hogar y sus connotaciones. El discurso del patriarcado envuelve al discurso de la casa con los velos del amor maternal, sincero y existente, para así naturalizar la explotación.
Se produce un doble juego. El capitalismo, desde un enfoque económico, desconoce la labor de las mujeres en el hogar. Pero,
las necesita porque garantiza que los hombres reciben las atenciones necesarias para continuar ofertando su mercancía. El patriarcado, desde un enfoque social/cultural, necesita de una señora en la casa. “Es como una alineación de nosotras mismas en aras del amor, y tanto éste como el poder dar vida son los dos bienes disponibles que el hombre utiliza de forma individual y colectiva para seguir dominando a las mujeres- afirman los autores de Hacia una Pedagogía de las experiencias de las mujeres-bienes que son totalmente insustituibles en el proceso productivo y por tanto determinantes en última instancia”.
El trabajo en la esfera doméstica es indispensable para el funcionamiento del patriarcado, ya sea en los casos que las mujeres realicen ellas mismas las tareas domésticas o contraten a otra persona (casi siempre mujer) para que las haga. La historia ha dado ejemplo de esto. En los inicios de la Revolución Industrial, explica Heidi Hartman, el pacto interclasista se selló con el salario familiar. Los patrones querían que las mujeres de los obreros fueran empleadas de las fábricas (que de hecho muchas lo hicieron), pero los obreros no quería que sus mujeres estuvieran fueran del hogar. El salario familiar, como parte del sueldo, representa el acuerdo acerca del lugar social que ocupan las mujeres.


El hogar encierra dos círculos: el económico y el afectivo. En su faceta más tradicional se lo vincula a la pareja y a los hijos por la presunción de heteronormatividad. Las familias, los roles, los hogares han mutado. En el siglo XXI son recurrentes las manifestaciones acerca de las amplias victorias femeninas en espacios laborales. Lo que se omite decir es que la explotación se desdobla: el trabajo fuera del hogar y dentro del hogar. “No basta con que las mujeres tengamos una independencia económica y profesional en el ámbito de lo público; no basta con que los hombres compartan el trabajo doméstico; es necesario que nosotras tengamos una independencia en el terreno de la privacidad individual en la que no ejerzamos de madres ni de esposas ni de amantes, sino de mujeres emocionalmente evolucionadas dedicadas también a nuestras necesidades, proyectos y deseos personales”, concluyen los autores de Hacia una pedagogía de las experiencias de las mujeres.

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